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Obres premiades del Concurs literari de Sant Jordi 2020

Aquest any la festa dels llibres i les roses se celebra des de les nostres cases. A l’INS Camí de Mar hem organitzat el concurs literari de Sant Jordi i ja tenim guanyadors.

Us desitgem que passeu una feliç i especial diada!

El jurat del Concurs de Sant Jordi en llengua castellana, format per professors/es del departament de castellà de l’ Institut Camí de Mar, ha elegit els següents guanyadors per a les modalitats que hi participaven.

En la modalitat de PROSA:

Susanna Mancheño Juncosa (2n ESO), per l’obra titulada Mi oasis.

Erika García Paré (Batxillerat), per l’obra titulada Siguiente parada.

En la modalitat de POESIA:

Paula Uroz Sevé (2n ESO), per l’obra titulada 97.

Nerea Caballero Escribano (Batxillerat), per l’obra titulada Navegando en los recovecos del alma.

El jurat del concurs de Sant Jordi en llengua catalana, format per professors/es del departament de català de l’Institut Camí de Mar, ha decidit deixar desert el concurs d’enguany amb el desig de poder premiar els treballs dels alumnes de la següent convocatòria.

Els guanyadors rebran un val per bescanviar en la llibreria Alpi de Calafell.

Volem felicitar i agrair la participació de tots i totes. I a continuació podeu llegir les obres premiades.

FELIÇ SANT JORDI!

  • Mi oasis, de Susanna Mancheño Juncosa (2n ESO)

– Venga que se está haciendo tarde Aina.

– ¡Pero si son las ocho de la mañana y sólo me falta ponerme las bambas!

– Te espero en el coche. –dijo él, finalizando la conversación y cogiendo la maleta de su hija.
Adormilada, la chica entró en los asientos traseros del coche. Les esperaban unas seis horas en la carretera, si iban con el ritmo esperado. El automóvil arrancó a las ocho y cuarto.

– ¡Entramos en Aragón! –anunció el padre, como si fuera de algún interés para la chica.

– Eh, ah, vale. –contestó ella. Desde que habían salido estaba escuchando música con los auriculares puestos y revisando el móvil constantemente, por si alguna nueva notificación llegaba.
Al cabo de unas horas pararon a una cooperativa. La joven pensó que su padre se llevaba media tienda. Compró dos botes de cinco quilos de arbequinas, uno de olivas negras, tres de sevillanas, cuatro garrafas de aceite virgen extra, dos botes de miel y cinco botellas de vino.

– Dos botes más de arbequinas, por favor. –pidió finalmente– Para tus abuelos, que estas están muy buenas y a ellos les gustan mucho. –explicó el padre a la hija.
Después de llenar el coche de aceitunas, reprendieron su viaje. Aina se quitó las bambas y se puso los auriculares. Mientras miraba por la ventana se imaginaba cómo iba a ser el pueblo de origen de sus abuelos.
Al llegar a tierras manchegas la chica comenzó a estar cansada de permanecer tan quieta en el coche. Percibió el cambio que se había producido en el paisaje, ya no era verde ni rugoso. Ahora era ocre claro, el ambiente se había vuelto seco y una llanura inmensa llegaba hasta el horizonte. Tras revisar WhatsApp, Snapchat e Instagram y entretenerse con algún que otro juego del móvil decidió que había llegado la hora de dormir un rato.
Se despertó con unas vistas muy distintas a la llanura ocre que había visto segundos antes de dormirse. Ya habían llegado a los Montes Universales, y los árboles frondosos comenzaban a abundar en el paisaje.

Aina pensó que Montes Universales era un nombre demasiado importante para aquella zona. Ella creía que Universal era una palabra reservada a cosas realmente preciadas e únicas y que quién había nombrado aquel territorio había sido un poco presuntuoso, en su humilde opinión, claro.
Las curvas cada vez se hicieron más notables y la chica sintió como su cabeza daba vueltas, así que intentó volverse a dormir.
Cuando se despertó el paisaje seguía siendo el mismo y las curvas seguían siendo igual de señaladas.

– ¿Por dónde vamos? –preguntó Aina. El viaje se le estaba haciendo ya muy largo, tenía ganas de estirarse y volver a caminar.

– Quedan 5 minutos. ¡Mira, eso es Huélamo! –indicó su padre. Señalaba una pequeña localidad lejana de casas blancas y tejados de color arcilla.
Aina se fijaba en todo lo que podía; el río rodeado de árboles gigantes, las ovejas pastando en el gran sendero… Al entrar en el pueblo lo primero que vio es una gran cruz de madera tallada con dibujos y formas muy extravagantes para ella. Su padre siguió conduciendo por las calles desniveladas hasta llegar a un conjunto de casas que parecían un poco más actuales. Y allí conoció a los primos de su padre, bastante más mayores que él y ya jubilados, que pasaban los veranos en el pueblo.
-¡Ay cómo ha crecido la pequeña! –dijo Pilar.
-¡Pero si cuando te vi por última vez me llegabas al codo! –dijo su pareja, Román.
Era exactamente lo que se esperaba la chica. Evidentemente, había crecido bastante en los últimos años y ya no tenía el carácter de niña pequeña, sino más bien una joven tranquila y callada.
Entraron en el domicilio de sus primos, donde iban a pasar su estancia. Era una casa entre medianeras, con poca luz y un poco bajita. Al entrar había un salón con una gran mesa de madera e incontables sillas alrededor de ella. Había unos grandes sillones al lado de la ventana, colocados en frente de una televisión. En la sala había dos puertas; una conducía a la cocina, seguida de un pequeño patio. Y la otra a un pasillo con varias puertas que llevaban a los diferentes dormitorios y al baño. En el piso de abajo había un gran garaje lleno de conservas y una pequeña bodega repleta de vinos de la tierra. Además había dos dormitorios más.
-Mira aquí hay dos camas y en el otro dos más. Estos son para las fiestas, cuando el pueblo se llena. ¡De aquí unos pocos años ya traerás a tus amigas, aquí todo el mundo es bienvenido! –dijo con mucho entusiasmo Román a Aina.
A Aina todo le parecía muy gentil; las abundantes casas de piedra, el paisaje verde, la calor por la mañana y el frío por la noche, el ambiente amable y familiar… Después de comerse un buen caldo y una pechuga de pollo, la chica y su padre fueron a echarse la siesta. Aprovecharon la tarde para descansar de su viaje y cuando el calor amainó fueron a dar una vuelta por el pueblo.
Las calles avanzaban siempre inclinadas entre las casas viejas. La localidad era muy pequeña, sin embargo, a los que tenían la suerte de pasar por allí les parecía preciosa. En el extremo izquierdo del pueblo había un establo con tres caballos, su padre le dijo que eran de su primo y a ella inmediatamente se le iluminó la cara, no había cosa que le gustase más que notar el viento cuando galopaba. En el otro extremo había un frontón y la iglesia. En el centro del pueblo estaba la plaza, donde la gente se reunía en el bar y los niños jugaban a inagotables juegos.

Al anochecer fueron a la casa de Poldo, otro de los numerosos primos de su padre que Aina no conocía. Rosa, la pareja de Poldo, les sirvió comida típica de la Mancha. Cuando acabaron de cenar fueron a dar un paseo. En la plaza se encontraron con varias familias que estaban en el bar y Aina fue con los más chicos. Tras hablar un poco entre ellos comenzaron a jugar al bote-botero con una lata. Pasada medía noche los más pequeños se fueron a sus casas y los más mayores se quedaron en la calle.
Cuando ya no podían correr más, decidieron ir a dar vueltas por el pueblo. Después de recorrer el pueblo un par de veces, se pararon en la plaza de toros. Aina nunca había estado en una y tampoco era su intención. Escalaron el muro y caminaron por él hasta llegar a las gradas. Se tumbaron todos, unos apoyados en otros, viendo el cielo repleto de cometas, buscando estrellas fugaces.
La chica se dio cuenta de que todo era más fácil allí, que ese pueblo era un pequeño universo, como un oasis en medio de todo su ajetreado mundo.

  • Siguiente parada, de Erika García Paré (Batxillerat)

Abby despertó sobresaltada por un extraño sonido prominente de debajo de su cama. Vivía en el primer piso de un edificio situado en el centro de la ciudad, sus vecinos solo venían los findes de semana, hoy, era miércoles y encima las 3 de la mañana así que dudaba mucho que ellos hubieran emitido ese estruendoso sonido. Abby se levantó con curiosidad y movió la cama, lo que vio le dio un vuelco al corazón. Un enorme agujero estaba justo debajo de su cama, este parecía no tener fondo, solo se podía ver oscuridad.

Ahora empezaba a estar asustada, ¿Qué hacia ese agujero ahí? ¿Debería llamar a alguien? Sus pensamientos se vieron interrumpidos por un fuerte viento prominente del agujero en el suelo que la arrastro hasta caer en él. Abby dio un fuerte grito y cerro los ojos esperando el impacto. Por suerte, unas manos le recogieron, se incorporo y observó a su salvador, sorprendida.

-Bienvenida al “Under Exprés”, espero que tenga un buen viaje- dijo el hombre con una sonrisa de oreja a oreja. Tenía los ojos morados y las ojeras más oscuras que había visto jamás, era como si no hubiera dormido en toda su vida. Llevaba un bastón que terminaba en lo que parecía ser una cabeza de cuervo. – ¿Tiene usted su billete señorita? – le pregunto.                                                   

– ¿Billete? – Contesto confundida. Por primera vez era consciente de que se encontraba en un tren y a juzgar por las continuas sacudidas, estaba en marcha. Dirigió su mirada a una de las amplias ventanas y no pudo creerse lo que veían sus ojos, más allá del tren había lo que parecía ser un mundo paralelo, pero este era apocalíptico, las calles estaban repletas de gente corriendo y gritando, los edificios parecían que iban a derrumbarse en cualquier momento, por no mencionar los que ya lo estaban y algunos incluso estaban consumidos por el fuego. Abby estaba aterrorizada, se le erizo el pelo de la nuca y lo único que atino a pensar era que estaba en una pesadilla, y podría asegurar que era una de las peores que había tenido, pero parecía demasiado real como para serlo.

-Señorita ¿se encuentra bien? –  le dijo, obteniendo el silencio como respuesta. El revisor, temiendo que se tratase de un polizón, insistió-: como sabrá este tren viaja a través de las pesadillas de los humanos, recogiendo a todo tipo de viajeros que deseen asustar tanto a niños como a adultos y que estén…- dijo pensativo. Dio un paso al frente y pregunto de nuevo-: …Señorita, ¿tiene usted su billete? – Ella negó con la cabeza- Tiene que estar bromeando, ¡esto es inadmisible- Grito exasperado mientras sus ojos se tornaban de un color rojizo. Era como si impidiera que algo que tenía dentro saliera- Lo habrá perdido… si desde ser eso… lo ha debido de perder, ¿a que sí? – intento calmarse y poco a poco volvió a lucir los ojos color lila con el que la había recibido- no saquemos conclusiones precipitadas déjeme que consulte nuestra lista de pasajeros – le dijo mientras le invitaba a seguirlo.

¿Cómo iba a confiar en aquel hombre? El revisor entro en el vagón que tenia a su izquierda, y Abby, viendo que no le quedaba otra opción, lo siguió.

El lugar estaba repleto de asientos, que situados a ambos lados de un estrecho pasillo eren ocupados por pasajeros de lo más estrafalarios.

El revisor le indico que se sentara en un asiento vacío que quedaba al fondo. Abby tímidamente se acercó y se sentó. Ella intentaba no mirar a los extraños pasajeros, pero se le hacía imposible y se quedo mirando a una mujer que parecía tener tres ojos y vestía toda de negro como si fuera a un funeral, estaba leyendo un periódico y en la portada aparecía un hombre con una motosierra y distintos cadáveres esparcidos alrededor, Abby desvió la mirada rápidamente con nauseas por la espantosa imagen. Miro al frente y parecía que había una pareja discutiendo. Era una mujer muy gorda y con un vestido verde con volantes, tenía la cabeza al revés y a su lado un hombre muy alto y repleto de pelo, llevaba un esmoquin y unas gafas de sol.

-Te he dicho varias veces que era la anterior parada – dijo la mujer con una voz extremadamente aguda y molesta.

– Te he dicho que es la siguiente no me pongas nervioso – reprendió él con tranquilidad, como si esa conversación no le importase en lo más mínimo. Entonces la mujer se giró y se quedó mirando fijamente a Abby.

– Oye niña, eres nueva ¿no? Qué raro, no suelen venir nuevos. – dijo con desconfianza.

– Yo… es que… vera…- dijo Abby en un susurro, aquella mujer la miraba tan fijamente que hizo que un escalofrió le subiera por la columna ¿Como era posible que tuviera la cabeza en esa posición? es ilógico, pensó Abby.

– Contesta, no seas impertinente niña- hablo esta vez el hombre.

– … Es que, no lo sé…- dijo nerviosa. La mujer estaba a punto de contestar indignada pero el revisor la interrumpió.

– Señorita, dígame su nombre, por favor- le pregunto a Abby mientras se colocaba un anteojo para leer mejor.

– Abby Harrleson- contesto ella intentando entender la situación.

– Lo que pensaba, me temo que usted, no está en la lista y si no está en la lista quiere decir que usted no tiene billete, así que acompáñeme- le contesto dándole la mano para ayudarla a levantarse.

Mientras cruzaba el vagón todos los pasajeros se la quedaron mirando, ella intentando calmarse miro a través de las ventanas en busca de una lógica inexistente.

-Las vistas son maravillosas ¿no crees? – dijo él parando en seco frente a una puerta – Quizás deberías observarlas más de cerca- entonces con brusquedad abrió la puerta y arrojo a Abby al vacío. Ella al no poder anteponerse tan solo grito y cerró los ojos con fuerza. Esta vez sí sería su final, estaba segura.

Entonces abrió los ojos y un sudor frio le recorrió la espalda. Una pesadilla, todo aquello había sido una simple pesadilla, respiro con profundidad y ya al estar más calmada volvió a recostarse en su cama y esta vez sí, dormirse.

Pero, pobre Abby, no vio la mano huesuda que se deslizaba hacia abajo de su cama y se metía en el oscuro agujero y este se desvanecía poco a poco. Tal vez, solo tal vez, si ella lo hubiera visto, las pesadillas hubieran terminado.

3. 97, de Paula Uroz Sevé (2n ESO)

97
El motor del coche encendido
Un viaje al pasado
Ni siquiera me había decidido
Me adentré en aquel terreno
Lejos de mi hogar
Cerca de lo obsceno
¿A donde iba a llegar?
Me impacté y pisé el freno
Había un campo de concentración
Lleno de balazos
parecido a mi corazón
Partido en mil pedazos
Las gotas impactaban sobre el parabrisas
Me traían nostalgia
Me sacaban sonrisas
Mis recuerdos de la infancia
A pesar de su franqueza
Me mantenían la constancia
Me pedían frecuencia Frente a mí se situaba
Una pequeña silueta
Ahí estaba
Contemplándome quieta
El sonido de un rayo
Me hizo olvidar todo aquello
El paisaje cambió
Ya no era tan bello
Era plena noche
La luna asomaba por un pequeño hueco entre los nubarrones
Decidí bajar del coche
Caminé hacia ella
No sabía si regresaría
Intenté no dejar huella.

  • Navegando en los recovecos del alma, de Nerea Caballero Escribano (Batxillerat)

Atormentada alma aquella que navega en los recuerdos

Atormentada alma aquella a la que le niegan los besos

Atormentada aquella que no ha vivido

Que por dulces tormentos a caído en el olvido

Dulce pena la tuya que apacible rechazas la amargura

Dulce llanto el mío que con tu negar me arrebatas la cordura

Calmado reseguir de las comisuras de tus labios

Ansiado veneno que me hace caer inerte entre tus brazos

Grito silencioso aquel que me prohíbe amarte

Más tenue susurro que me hace observarte

Que por más que hierva mi sangre enamorada

Eres falsa ilusión por siempre recordada

Noches de vacío ocupando mi mente

Noches de amargura ausente

E aquí lo que mi alma quiere contarte

Que por miedo a perderte no ha sabido buscarte

Sentimientos confusos desolando mis entrañas

viajando en navíos de imágenes pasadas

Surcando mares profundos

dejándose llevar entre susurros

Que ni tu eres tan necio

ni yo tan astuto

Incontables océanos surcados por el ama

praderas inertes de alegría desbordada

Desiertos de arena

que miles de recuerdos almacenan

Mil recovecos del alma

y en todos tu eres presencia

esencia y ausencia

Tanto daño que causa amarte

Y aún así nada consigue dañarte

recuerdos inolvidables

ahogados en llantos, como el mar en su oleaje

Navío del alma atormentada

escondido en los recovecos del alma naufragada

En eso se convirtió el viaje en un destino de lugares indescifrables.